Los sanluisenses disfrutamos de una cotidianeidad polifónica.. Tenemos todo lo que necesitamos, sobre todo, los de la tercera edad en adelante. Es lo que nos han dejado nuestros jóvenes y adultos contemporáneos. Se nos han ido y, con ellos, nuestros muchachos. Mientras, sin saber cuándo volveremos a verlos, nos mecemos impacientes a la espera de sus ansiadas noticias. Nos alivia el contrapunteo de las aves que endulzan con sus notas la larga mirada horizontal.

No es un lamento, es una evocación de aquellos tiempos cuando las notas de los gritos, risas, saltos, carreras, juegos, algarabías… alborotaban nuestras tardes sin clases, nuestros fines de semana o las sabrosas vacaciones que matizaban los quejidos de nuestros queridos viejos para quienes sonaban como arpegios de fondo en las silenciosas viviendas de nuestro auditorio.

Esa pluralidad musical tiene como fondo la cromática cotidianeidad legada por los viajeros: plena de calma, serenidad, verdor, frescura, frías y mañaneras, de cadenciosas e intermitentes garúas, de amable sol vespertino y ardiente rayos en la temporada seca.

Un paisaje que resbala, cual persuasivas sonatas, de nuestras pequeñas montañosas o áreas verdes abiertas y que se regodea en los parques, en los jardines de las apacibles casaquintas o de los privados jardines horizontales.

De tiempo en tiempo, un solo sostenido, agorero hídrico del cigarral que se abre paso entre la apretada tierra, se escucha cuando la sombra nocturna cae y esconde el caro paisaje para mostrarnos las opacas luces que dan un sabor de pueblo a las empinadas calles que esperan la llegada de los trotadores, caminantes y peatones fatigados de la rutina laboral o escolar.

Temprano por la mañana y tarde por la tarde se abre espacio para los sonidos guacharacheros y el grave graznar de las guacamayas. Balcones prestan sus rejas y aleros para el desayuno o la merienda de las sobrias y multicolores aves. Manos, manitas, rostros alegres y curiosos se acercan a las interesadas guacamayas que venden sus encantos por el precio de saborear frutas, panes y cuanto se les ofrezca. Las guacharacas, más atrevidas, se cuelan por entre las ventanas para robar la masa de la arepa, la fruta del jugo, lo que sea, con tal de aprovechar el camuflado grito que a diario, cual diana, avisa a los vecinos la llegada de la escuela, el trabajo o del hogar.

Silencioso, parco y señorial, desde su altar vegetal, el zamuro dirige la sinfónica al tiempo que danza en el comedor carroñero de nuestro amado terruño.

Alfredo Carpio Ruiz

El Cafetal.

[email protected]

04141275844

¡Todos somos San Luis¡